RESUMEN
DE:
“LA
FILOSOFIA EN LA EPOCA TRAGICA DE LOS GRIEGOS” CAPITULOS 4 AL 7.
(Die
Philosophie im tragischen Zeitalter der Greichen)
AUTOR: Friedrich Nietzsche, 1873.
SOBRE
ANAXIMANDRO
Anaximandro de Mileto,
el primer escritor filosofo de la antigüedad, escribió tal y como debe escribir
el verdadero filosofo mientras las imposiciones ajenas no le roben la
imparcialidad y la ingenuidad: “De donde se generan las cosas, hacia allí
se produce también la destrucción, según la necesidad; pues esas cosas tienen
que expiar sus culpas y ser juzgadas por sus inequidades en conformidad al
orden del tiempo”.
Podrá ser algo muy
humano considerar ahora, con Anaximandro, el conjunto de la existencia como una
forma culpable de emancipación del ser eterno, como una iniquidad absoluta que
cada uno de los seres se ve obligado a expiar con la muerte, Todo lo que es,
todo lo que existe, está condenado a perecer.
Anaximandro, no puede
poseer cualidad ni particularidad determinada alguna; para que el devenir no
cese, el origen primigenio del devenir tiene que ser indeterminado. Este ser
primigenio se encuentra más allá del devenir y, precisamente por eso, garantiza
la eternidad y el curso ininterrumpido del acontecer.
¿De dónde provienen ese
incesante devenir y ese incesante generar?, ¿Qué hay de valores en nuestra
existencia?...Y si acaso no posee nada de valor ¿para qué uno existe?. Por nuestra
culpa, dice Nietzsche, se erra en esta existencia. Con la muerte es cuando habrá de expiarla.
Anaximandro se pregunta
en primer lugar: ¿Cómo es posible la multiplicidad si solo existe la unidad
eterna? Y obtiene la respuesta del propio carácter contradictorio y autodestructivo
de esa multiplicidad devoradora y negadora de sí misma. La existencia, según
este carácter, se convierte para el en un fenómeno moral, no es legítima, sino algo que se expía mediante la
desaparición, la muerte.
SOBRE
HERACLITO DE EFESO
Probablemente dijo Heráclito;
“Contemplo el devenir y nadie ha
observado con tanta atención como yo, ese fluir eterno y ese ritmo incesante de
las cosas. ¿Y que he visto? Lo que está sujeto a leyes, seguridades infalibles,
las orbitas siempre idénticas de lo justo, y tras todas las violaciones de la
ley; el mundo entero como escenario en el que rige una justicia demónica que
impera desde siempre y a la que se someten todas las fuerzas naturales”.
Declara que, la esencia
entera de la realidad es la acción, y que no es posible que en la realidad exista
otra especie de ser, pues no cabe la posibilidad de otra esencia distinta. Es
aquel devenir eterno y único, la absoluta indeterminabilidad de todo lo real,
que constantemente actúa y deviene pero nunca es. Toda cualidad se escinde sin
cesar consigo misma y se divide en sus contrarias: pero las cualidades
contrarias tienden constantemente a reunificarse.
De la lucha de los
contrarios surge el devenir; una determinada cualidad que aparentemente se
establece como duradera no es sino la manifestación momentánea de la
prevalencia casual de uno de los luchadores sobre el otro; mas no por ello
finaliza el combate: continua sin cesar durante toda la eternidad. Todo sucede
conforme a su ley, y es a través de él como se manifiesta la justicia eterna.
¡La unidad es multiplicidad! “El mundo es
el juego de Zeus”, o expresado físicamente, es el juego del fuego consigo
mismo; solo en este sentido la unidad es, al mismo tiempo, la multiplicidad. El
elemento ígneo, el fuego, recorre en innumerables transformaciones el camino
del devenir, sobre todo a través de las tres substancias principales: lo
caliente, lo húmedo y lo sólido. Así se suceden continuamente la dos vías de la
metamorfosis del fuego, hacia adelante y hacia atrás, avanzando y retrocediendo
de la una a la otra, o paralelas, desde el fuego hasta el agua, desde ahí a la
tierra, de la tierra de nuevo al agua, del agua de nuevo al fuego.
Para Heráclito, si todo
debe ser fuego, entre todas las posibilidades de su metamorfosis no puede darse
un estado que resulte ser su antítesis absoluta; por eso, el entenderá, lo frio
como únicamente un grado de lo cálido, Cree así mismo Heráclito, en una destrucción periódica del Universo y en
un resurgir también periódico de un nuevo mundo que será caracterizado como un
deseo y una indigencia, mientras que el ser devorado y absorbido completamente
por el fuego se caracterizará como una saturación o saciedad. A este respecto,
como bien dice el proverbio griego: “La
saciedad engendra el crimen (híbris)”…
Ahora bien, ¿Existe
culpa, injusticia, contradicción y dolor en este mundo? “¡Sí!”, exclamaría Heráclito,
pero solo para el hombre de inteligencia limitada que ve únicamente lo
separado, y no la unidad; y no para el dios contuitivo. Para este, todas las
cosas y sus contrastes, los contrarios, no conforman más que una totalidad
armónica, invisible para el ojo del hombre común; es pues, un regenerarse y un
perecer, un construir y un destruir sin justificación moral alguna, sumidos en
eterna e intacta inocencia, solo caben en este mundo en el juego del artista y
en el del niño. Y así, del mismo modo que juega el artista y juega el niño, lo
hace el fuego, siempre vivo y eterno; también el construye y destruye
inocentemente.
De los detractores
descontentos provienen a si mismo las múltiples acusaciones de oscuridad para
con Heráclito de Efeso, sin embargo, es muy probable que jamás haya existido un
hombre que escribiera de manera tan clara y brillante; sobre este respecto,
Jean Paul sostiene una buena teoría: “En conjunto
está justificado que todas las cosas grandes –plenas de significado para la
mente excepcional- solo se expresan muy concisa (y por eso) oscuramente con el
fin de que los espíritus simples las declaren absurdos y no puedan penetrar en
su significado. En efecto, los espíritus vulgares poseen una odiosa habilidad
para no ver otra cosa en la más profunda y rica sentencia que su propia opinión
cotidiana”.